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La imaginarización del goce. ¿Cómo puede ser situado clínicamente?

Tomás Verger*


El primer paradigma propuesto por Jacques-Alain Miller es el paradigma de la imaginarización del goce. Ubiquemos esto en dos vertientes: en primera instancia, cómo Lacan lo sitúa en su Seminario III, y luego cómo la elucidación que realiza Jacques-Alain Miller resulta operativa en términos clínicos.

En Las Psicosis, Lacan se referirá a la noción de goce de la siguiente manera: “Como suele ocurrir habitualmente en la evolución concreta de las cosas, quien triunfó y conquistó el goce se vuelve completamente idiota, incapaz de hacer otra cosa más que gozar, mientras que aquel a quien se privó de todo conserva su humanidad.”[1] De este pasaje podemos declinar el carácter estanco del goce que es propuesto por Lacan a esta altura, a su vez, inerte, y presentándose como obstáculo. Esta caracterización se opone a la dialéctica del eje simbólico, por lo que podemos decir que una de las disimetrías que se pone de relevo es: el estancamiento propio del goce imaginario en contraposición al movimiento de articulación propio del registro simbólico. La imposibilidad de relación propia de esta polaridad es notable.

Ahora bien, ¿qué ocurre si la dialéctica simbólica no opera? Vayamos a una viñeta clínica. En Desarraigados, Hervé Castanet presenta un caso intitulado Una mujer destruya a un hombre. Se trata de Víctor, para quien los encuentros con mujeres implican necesariamente una alcoholización que lo anule como sujeto, que provoque una suerte de black out. Castanet precisará muy bien las consecuencias devastadoras para Víctor, al no funcionar ningún tipo de triangulación, es decir ningún tipo de mediación simbólica que proteja al sujeto del goce imaginario. Aquí el pasaje: “Si mi padre bebía era porque no estaba satisfecho sexualmente con mi madre. Ella lo perseguía sexualmente.” La frase es el eureka subjetivo del pasado de la problemática familiar: el goce malévolo y destructor de la madre resulta la explicación definitiva. La lógica que sostiene la explicación no es edípica, no hay ninguna triangulación. Solo funciona la díada exacerbada: una víctima y su perseguidora. La violencia que dirige a su padre está doblemente determinada. Afirma que por rabia quiere destruir al que le ocupó su lugar junto a la madre. Pero también quiere destruir al que no supo ofrecer resistencia a su mujer, sacrificando ante ella su virilidad sexuada, su posición de hombre deseante. Esta violencia es tanto más radical cuanto que, identificado a ese padre, a su trazo de resto, lo experimenta si mediación en lo imaginario. Con la madre se pone en juego un tú o yo, un tú y yo, como un estrago radical a través de la identificación paterna.”[2]

Se pesquisa bien la consecuencia de quedar confrontado al goce de su madre, lo cual tiene como correlato, una posición subjetiva no dialectizable.

Referencias:

1. Lacan, J. El Seminario Libro III, Las Psicosis, Padós, Bs. As., p. 62

2. Miller, J.-A. y otros, en Desarraigados, Paidós, Bs. As., 2016, p. 23

*Integrante del cartel "Los seis paradigmas"

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