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Antígona

(tragedia griega escrita por Sófocles en el año 441 a.C.)


Después de que el Rey Edipo fue exiliado de la ciudad de Tebas cuando se enteró de que había cometido incesto y parricidio, sus hijos Etéocles y Polinices decidieron hacerse cargo del trono tebano alternándose cada año en el poder. Pero cuando pasó el primer año, Etéocles alegó que el reino le pertenecía a él, enviando al exilio a su hermano mayor Polinices. Decepcionado, Polinices buscó apoyo en la ciudad de Argos, donde reinaba el rey Adrasto, y atacó Tebas con el ejército argivo. Ninguno de los hijos ganó porque se mataron mutuamente en la batalla. El nuevo rey tebano, Creonte (hermano de Yocasta, madre y esposa de Edipo), declara que Etéocles será enterrado y se le brindarán los honores de un héroe, mientras que Polinices no recibirá la digna sepultura que conviene a los guerreros, porque es acusado de traición a la patria y, por lo mismo, sus despojos quedaran librados a la acción del clima y la depredación de animales y aves. Esta decisión marca el inicio del desenlace trágico. (La negación de la sepultura en el marco de la cultura helénica constituía una de las mayores condenas pues, solo a través de la sepultura es posible atravesar las puertas del Hades).

De entrada se presenta el diálogo entre Antígona e Ismene (hijas de Edipo, sobrinas de Creonte). Antígona afirma su propósito y sus razones. Le otorgará digna sepultura a su hermano pues la ley divina prevalece sobre la ley humana. No tiene caso acordar nuestros actos a la ley cambiante y arbitraria de un tirano, la muerte dura más que la vida, es eterna y nuestros actos deben mirar hacia ella. Agradar a los muertos constituye un bien supremo pues entre ellos yaceremos eternamente.

Ismene intenta persuadirla para que no lo haga: “Reflexiona hermana mía; piensa que nuestro padre ha muerto aborrecido, deshonrado, después de arrancarse él mismo sus dos ojos cuando tomó conocimiento de las graves obras en las que había incurrido. Y después, su madre y esposa –pues ambos lazos coincidían- pone fin a su vida por medio de una entrelazada y fatídica soga. En tercer lugar, nuestros dos hermanos, en un solo día consuman desgraciados su destino, y el uno por mano del otro, se asesinan. Y ahora, que sólo nosotras dos hemos quedado, piensa qué indigno fin nos aguarda si violamos lo prescrito por la ley y transgredimos la voluntad o el poder de los que gobiernan. Yo pido el perdón de quienes yacen bajo tierra pero pienso obedecer a las autoridades, pues empeñarse en actuar más allá de las propias fuerzas es cosa insensata.

Antígona desafía a su hermana y avanza. El Coro de ciudadanos tebanos exclama: “ella es omós”, término griego que se traduce como algo inflexible, no civilizado, crudo. “Ella es tan omós como su padre”, esto es lo que dice.

Antígona va al campo de batalla en frente de Tebas, vierte arena sobre el cadáver de su hermano y realiza los ritos funerarios. No puede permitirse que se despliegue ante el mundo esa podredumbre, a la que perros y pájaros vienen a arrancarle trozos para llevarlos a los altares, al centro de las ciudades donde diseminarán a la vez el horror y la epidemia. El mensajero le dirá a Creonte lo que ocurrió y asegurará que no se encontró ninguna huella y no se puede saber quién lo hizo. Se ordena entonces que se disperse nuevamente el polvo. Y, esta vez, Antígona se deja sorprender. El mensajero retorna y describe lo ocurrido: limpiaron primero el cadáver de lo que lo cubría, se ubicaron en dirección contraria al viento para evitar sus espantosas emanaciones, pues eso apesta. Pero un fuerte viento comenzó a soplar y el polvo comenzó a llenar la atmósfera y el gran éter. En ese momento cuando todos se refugian como pueden, escondiendo su cabeza entre sus brazos, echándose a tierra ante el cambio de rostro de la naturaleza, se manifiesta la pequeña Antígona. Reaparece junto al cadáver lanzando los gemidos de un pájaro al que se le ha robado su cría.

Después vemos acudir al guardián arrastrando a Antígona y llevándola ante Creonte, quien decreta el suplicio al que será condenada. Entrará totalmente viva a la tumba. Luego llega Hemón, hijo de Creonte y prometido de Antígona, abogando por la liberación de ésta. Confrontan, pero Creonte hace caso omiso y deja partir a su hijo con las peores amenazas.

En el momento en que se despliega la larga escena del ascenso al suplicio, aparece el profeta ciego Tiresias, quien le advierte a Creonte que los dioses están muy enojados porque le ha negado el entierro a Polinices y desencadena su profecía, lo cual será la catástrofe. Creonte no escucha este consejo, indicando que Tiresias solo quiere asustarlo. Sin embargo, finalmente acepta enterrar a Polinices luego que el Coro de ciudadanos tebanos le recuerda que Tiresias nunca se ha equivocado en nada. Después, sólo queda lugar para la última peripecia, aquella en la que Creonte, engañado, va a golpear desesperadamente las puertas de una tumba detrás de las cuales Antígona se ahorcó, y Hemón está llorando debajo de ella. Después de intentar atacar a Creonte, Hemón se apuñala a sí mismo y muere sosteniendo el cuerpo de Antígona en sus brazos. Y cuando Creonte vuelve al palacio donde un mensajero se le adelantó, encontrará que su esposa Eurídice también se ha suicidado después de conocer sobre la muerte de su hijo. Creonte es llevado lejos por sus ciudadanos, lamentándose y deseando que se le libere del sufrimiento que sólo la muerte puede darle.

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