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Un comentario de Antígona de Sófocles

Antonela Di Lorenzo. Miembro del Cartel Los seis paradigmas del goce



La confesión de Antígona (1911) - Alberto Lagos


En el seminario VII La Ética del Psicoanálisis, J-A Miller agrupa los capítulos finales bajo el título “La esencia de la tragedia. Un comentario de Antígona de Sófocles”. Allí podemos situar los aportes de la enseñanza de Lacan con respecto a esta tragedia griega.

La interpretación clásica es que Creonte representa las leyes de la tierra y las identifica con la diké, la justicia de los dioses. Pero esto no es tan seguro, dice Lacan, “pues no puede negarse que las leyes del nivel de la tierra son aquello con lo que se mete Antígona”[i], ella se opone al mandamiento de Creonte, declarando que una ley semejante no fue dictada por Zeus ni por Diké, su compañera, y por lo tanto su desobediencia es un acto de justicia.

El papel de Creonte es el de conducir a la comunidad hacia el bien. Quiere el bien de todos. ¿Cuál es su falta? Aristóteles dice: hamartía, error de juicio. Su error de juicio es querer hacer del bien de todos, la ley sin límites, que desborda, que supera el límite. Ni siquiera se percata de que ha franqueado ese límite que Antígona defiende, el del decir de los dioses, el de las leyes no escritas de la Diké (no desarrolladas en ninguna cadena significante). Creonte invade otro campo. El límite del que se trata es el de la segunda muerte. La sepultura permitiría inscribir lo real de la muerte en lo simbólico.

Para Aristóteles, la tragedia cumplía una función catártica; gracias a ella, los sentimientos de compasión y temor eran expurgados. Antígona se presentaría como el verdadero héroe, puesto que hasta el final no conoce ni la compasión, ni el temor. Mientras que Creonte al final se deja conmover por el temor. Antígona nos fascina con su brillo insoportable y a la vez nos intimida esta “víctima tan terriblemente voluntaria”[ii]. “El efecto de lo bello resulta de la relación del héroe con el límite, definible en esta ocasión por cierta Áte (fatalidad)[iii]”.

Pero Lacan dirá: “Nos vemos obligados a entrar en el texto de Antígona buscando en él algo diferente de una lección de moral”[iv] […] “Percibirán retrospectivamente que, aun cuando no lo sospechen, esta imagen de Antígona, forma parte de vuestra moral, quiéranlo o no. Por eso es tan importante interrogar su sentido –que no es el sentido edulcorado a través del cual se transmite habitualmente […] Se trata de la reinterpretación del mensaje sofocleano”[v].

“El héroe de la tragedia participa siempre del aislamiento, está siempre fuera de los límites, siempre a la vanguardia y, en consecuencia, arrancado de la estructura en algún punto”[vi]. El deseo decidido de rendirle honores fúnebres a su hermano sitúa a Antígona en un plano ético, pues asume la responsabilidad de su acto hasta el final.

Sin embargo, esto la conduce a la muerte. “Lleva hasta el límite la realización de lo que se puede llamar el deseo puro, el puro y simple deseo de muerte como tal. Ella encarna ese deseo”[vii]. El Coro es insistente al respecto: más allá de la Áte, que significa extravío, calamidad, fatalidad, es adonde quiere ir Antígona. Designa el límite que la vida humana no podría atravesar mucho tiempo. Tienen el testimonio por la misma boca de Antígona acerca del punto al que llegó –literalmente no puede más. Ella dice que su alma está muerta desde hace mucho tiempo, está destinada a acudir en ayuda de los muertos. Su vida no vale la pena ser vivida. Se identifica con ese inanimado en el que Freud nos enseña a reconocer la forma en que se manifiesta el instinto de muerte. Vive en la memoria del drama intolerable de aquel de quien ha surgido esa cepa que acaba de terminar de anonadarse bajo la figura de sus dos hermanos. Vive en el hogar de Creonte, sometida a su ley, y es esto lo que ella no puede soportar. Su renuncia implicaría aparecer ante Creonte como objeto de éste. Por el contrario, queda arrojada a su fatalidad sin mediación significante posible. Antígona sale de los límites humanos, su deseo apunta al más allá de la Áte. Podemos pensar el deseo de Antígona entremezclado con las paradojas del goce como ese resto no simbolizado.

“A partir del momento en que franquea la entrada de la zona entre la vida y la muerte, cuando adquiere forma aquello donde ella ya dijo que estaba”[viii], se produce el lamento desgarrador de Antígona. Ella sufre toda clase de despojos simbólicos. Se quejará se irse encerrada en una tumba, sin nadie que la llore, sin hogar, sin linaje, sin patria, sin amigos, sin esposo, sin hijos. Desde ese límite en el que ella ya perdió la vida y está más allá, puede ver la vida bajo la forma de lo que está perdido.

[i] Lacan, J., La Ética del Psicoanálisis, El Seminario Libro VII, Paidós, Bs. As., 2005, pág.332 [ii] Ibíd., pág.298 [iii] Ibíd., pág.342 [iv] Ibíd., pág.301 [v] Ibíd., pág.340 [vi] Ibíd., pág.325 [vii] Ibíd., pág.339 [viii] Ibíd., pág.336

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