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La disyunción del Paradigma III a la luz de Aun

Tomás Verger. Participante de la EOL Sección Rosario



La lavandera - Toulouse Lautrec (1886)


En la clase VIII de su curso El partenaire-síntoma, Jacques-Alain Miller introduce la necesidad de un cambio conceptual en torno al goce. De la noción del goce como excluido, propondrá la omnipresencia del goce. Se tratará aquí de dos conceptualizaciones diferentes del concepto de goce que convienen revisar.

Precisemos la conceptualización del goce a la altura del Seminario VII: “Das Ding es originalmente lo que llamaremos el fuera-de-significado. En función de ese fuera-de-significado y de una relación patética con él, el sujeto conserva su distancia y se constituye en un modo de relación, de afecto primario, anterior a toda represión.”[1]

Luego de haber llevado al extremo la operatoria de Aufhebung en sus Seminarios anteriores, queda entonces un campo en el cual no está presente ningún tipo de combinatoria significante, ningún tipo de operatoria que implique sustitución, es decir donde está ausente el mecanismo de la represión. El borramiento del goce vía el significante desemboca en la confrontación con un campo extranjero, del cual no hay representación. Se trata entonces de un goce que está por fuera de lo simbolizado, no incluido en el inconsciente y por ende, equivalente a lo real. La disyunción radical entre significante y goce permite pensar en una circunscripción del goce, en un goce, ciertamente, localizado.

En una versión primera de Aristóteles, tal como lo propone Jacques-Alain Miller en el curso mencionado al inicio, también es factible ubicar, que el campo de la bestialidad en tanto monstruoso, es rechazado. Ahora bien, adentrémonos en la noción de exceso en Aristóteles. “Por continuación de vicios y falta de doctrina, vienen los hombres a olvidarse tanto de quiénes son y del parentesco que tienen con Dios, de dónde salieron, que se vienen a tornar bestias.”[2] En esta línea, el rechazo de la bestialidad es correlativo de que esta última no permite la introducción de la norma.

Ahora bien, ¿cómo es concebido el placer? El placer es para Aristóteles actividad del ser conforme con la naturaleza. Sin embargo, para Freud, el placer implica la reducción de la excitación. Tanto uno como el otro, evocan una barrera que preserva del exceso. En Aristóteles esto figura como el hecho de abstenerse de la bestialidad, lo cual es propio de la mesura, y en Freud, este, tendería a la evitación del exceso. Es en esta línea que ambos piensan esta lógica del lado macho.

Jacques-Alain Miller proseguirá su clase precisando el propósito de Lacan: situar cómo se inscribe el goce en las categorías freudianas.

Digamos lo siguiente: si nos encontramos con la barrera que preserva del exceso, es aquí que, en primera instancia, se declina la antinomia entre placer y goce. Esta oposición da lugar a situar un campo, una zona, que escapa al placer y que es referida a la Cosa.

Miller avanza adentrándose en la lectura que Lacan realiza de los dos principios freudianos. Lacan lo dirá explícitamente en su Seminario sobre La Ética: el principio de realidad se presenta de manera precaria y a su vez, la oposición principio de placer/principio de realidad es un figura problemática[3]. Lacan resolverá esta cuestión estableciendo una continuidad entre ambos, proponiendo al principio de realidad como una extensión, una prolongación, del principio de placer al incluir el rodeo, el retardo, en la dirección de obtener satisfacción. En Aun, lo encontraremos de manera precisa: “Cuando se dice primario y secundario a los procesos, se trata de una manera de decir que puede llevar a engaño. Digamos en todo caso que no es porque se dice de un proceso que es primario – después de todo se lo puede llamar como se quiera – que aparece primero.”[4] Más allá del placer no está la realidad, el placer y la realidad están del mismo lado. Lacan ubicará en el mismo nivel el principio del placer y la satisfacción del blablablá, en el movimiento que implica aparejar el goce en el ser que habla.

Ahora bien, desde la perspectiva de Aun, podemos revisar la disyunción conocida entre significante y goce que leemos en La Ética. Si ya, hacia fines de los 50, Lacan ubicaba la conexión entre la imagen mnémica y la satisfacción, la dicotomía pareciera ponerse en cuestión. Lo simbólico se conjuga con el goce, lo cual constituye la propuesta explícita del Seminario XX: el significante es causa de goce. Si el principio de realidad debe introducir una modificación en el principio de placer, quizás la perspectiva aportada por Aun, permita una reescritura del principio de placer, o del “placer-realidad”, en tanto este incluye la perturbación misma, el exceso. Es en este punto, considero, que Miller utiliza la noción de fantasma para situar que es la evocación del dolor lo que permite avanzar en dirección al campo rechazado de la Cosa, es decir de la dimensión de un goce, fuera de este marco, más allá del placer.

“Placer-realidad”, o la conjugación de lo simbólico y lo libidinal y el campo rechazado del goce, ¿dan cuenta entonces de la existencia de un goce que se presenta en dos vertientes? Digamos: la vertiente amarrada a lo simbólico por un lado y por otro, la vertiente que ubicamos por fuera del marco del fantasma. Creo que esta es la perspectiva que permite situar la omnipresencia del goce.

Referencias bibliográficas:

1. Lacan, J., La Ética del psicoanálisis, El Seminario Libro VII, Paidós, Bs. As., 2009, p. 70

2. Aristóteles, Ética a Nicómaco, Libro VII, capítulo V, Luarna edic.

3. Lacan, J., La Ética del psicoanálisis, El Seminario Libro VII, Paidós, Bs. As., 2009, p. 46

4. Lacan, J., Aun, El Seminario Libro VII, Paidós, Bs. As., 2012, p. 70

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