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La ley Kantiana

Tomás Piotto. Participante de EOL Sección Rosario



Tal como Miller lo menciona en este tercer paradigma “Lacan se divierte mostrando que la ley moral de Kant, que es por excelencia un enunciado simbólico y que implica la anulación de todo goce es, por un lado, el reverso de das Ding, del goce, pero al mismo tiempo, es idéntico a das Ding porque tiene el mismo carácter mudo, ciego, absoluto.”[1] Lacan en el Seminario La ética del psicoanálisis plantea la tesis a partir de la cual se desprende lo planteado por Miller. Dice, “[…] mi tesis es que la ley moral, el mandamiento moral, la presencia de la instancia moral, es aquello por lo cual, en nuestra actividad en tanto estructurada por lo simbólico, se presentifica lo real – lo real como tal, el peso de lo real.”[2]

Kant marcó los espíritus de su época al producir una formula del deber única, universal. Hasta ese entonces había catálogos, listas de deberes, sobre todo cuando “Dios” tomó la iniciativa de escribir las tablas, los mandamientos. Entonces, Kant borra esa y otras listas con un movimiento súbito. No estaba solo la tradición judeocristiana del catálogo de los diez. Había listas respecto de los deberes en la familia, la comunidad, la política, de los dioses, listas respecto de cómo mantener la salud, etc. Eso no falta en nuestros días. Kant llegó entonces con una formula única, válida para todo x, sin detenerse en la diversidad. Si bien esta fórmula tiene su asidero lógico, él no plantea que esta sea válida solo si se entiende su razonamiento. Él plantea que es un hecho, el hecho único de la razón pura en su uso práctico. Es decir que es una formula que rige el obrar. La fórmula es la siguiente:

“Obra de tal modo que la máxima de tu voluntad siempre pueda valer al mismo tiempo como principio de una legislación universal.”[3]

Es decir, que el principio según el cual gobiernas tu propia voluntad, si por una prueba de la razón se lo extiende a todos los demás, cada uno pueda hacer de ese principio la máxima de su voluntad y que eso se sostenga de manera conjunta. Kant da a este enunciado, precisamente, la forma de un imperativo que llama categórico, indicando así su incondicionalidad. Vale para todos, no hay peros que valgan. Es sin condición.

La ética kantiana surge independizándose de los “objetos patológicos” -las pasiones-. Así llega al imperativo. La Ley kantiana en su forma universal es un absoluto, emancipada de contenidos sensibles, feroz en su mandato, no da lugar a dialéctica alguna, en otras palabras, una manifestación de la Cosa. Su dimensión simbólica se torna un real que se impone despiadado -sádicamente- sobre lo particular del sujeto. Lacan interpreta desde este punto de vista la frase de Freud sobre el superyó como heredero del imperativo categórico kantiano.

Habiéndose deshecho de todos los “objetos patológicos”, Kant admite, sin embargo, un único correlato sentimental de la ley moral en su pureza, el dolor. “[…] podemos ver a priori que la ley moral como principio de la determinación de la voluntad, perjudica por ello mismo todas nuestras inclinaciones, y debe producir un sentimiento que puede ser llamado de dolor.”[4] Para Lacan este es el punto a partir del cual se conecta esta ética, la kantiana, y el das Ding. Kant acepta el dolor porque se puede ver a priori que la ley moral perjudica nuestras inclinaciones. En este sentido coincide con Sade: “Pues para alcanzar absolutamente das Ding, para abrir todas las compuertas del deseo, ¿qué nos muestra Sade en el horizonte? Esencialmente, el dolor.”[5]

Lacan introduce los apólogos de Kant para llegar al goce; Kant pretende demostrar mediante sus ejemplos el peso de la ley en su dimensión práctica, más allá de todo afecto. Tomemos solo el siguiente caso: “[…] Cómo es posible la conciencia de esa ley moral? […] El concepto de una voluntad pura emana de las leyes prácticas puras […] a partir del concepto de libertad no cabe explicar nada en el ámbito fenoménico, donde siempre se ha de constituir en hulo conductor al mecanismo natural […] Tomemos a cualquiera que considere irresistible su inclinación lujuriosa cuando se le presenta una ocasión propicia para ello y tenga delante al objeto amado e interroguémosle sobre lo que haría si ante la casa donde encuentra esa oportunidad fuera levantado un patíbulo para ahorcarlo nada más haber gozado de su voluptuosidad; acaso no sabría dominar entonces su inclinación? No cuesta mucho adivinar cuál sería su respuesta.” [6] Efectivamente, para Kant la decisión se apoya en un mecanismo natural que preserva al amante de la muerte, la decisión ante esta encrucijada no comporta duda alguna. Para Kant está claro que el sujeto no pasará la noche con su amada, pero Lacan sostiene que “[…] basta con que el goce sea un mal para que el cariz de la cosa cambie completamente y que el sentido de la ley moral cambie, en esta ocasión, completamente.”[7]

El argumento de Lacan en este punto podemos decirlo así: ¿Y si nosotros encontramos a un sujeto, que solo puede gozar una noche de pasión si alguna especie de "horca" lo amenaza, es decir, si al hacerlo, él está violando alguna prohibición?

En Cuando se trata del goce, la ley le presta su apoyo. Al colocarse como decíamos, más allá del bien y el mal, opuesta a todo placer particular, la ley se desliza del lado del goce, más allá del principio del placer, como lo ha mostrado Freud en El malestar en la cultura. La paradoja de la conciencia moral consiste en una crueldad que se refuerza con el sentido de la culpa, como expresión de la voluntad de goce del super yo, exige una renuncia al goce, pero esta renuncia deviene la forma suprema de goce. En el super yo freudiano Lacan revela el fundamento real, no ideal, de la conciencia moral, su anclaje oscuro con el campo pulsional.

El interés de Lacan reside más bien en la inversión paradójica por medio del cual el deseo mismo ya no puede fundamentarse en cualquier interés o motivación "patológica" y así encontrar en el criterio kantiano el acto ético, de manera que seguir el propio deseo se superpone con seguir la obligación (imperativa).

Hay una película italiana de los años sesenta, Casanova 70, estelarizada por Virna Lisi y Marcello Mastroianni que trata el mismo punto: el protagonista solo puede retener su potencia sexual si al "hacerlo" involucra en algún tipo de peligro. Cuando él está a punto de casarse su futura esposa, él quiere al menos transgredir la prohibición del sexo premarital durmiendo con ella la noche anterior a la boda, sin embargo, su prometida sin saberlo coarta incluso este placer mínimo al obtener del párroco un permiso especial para que ambos pudieran dormir juntos la noche anterior, privando de este modo el acto trasgresor. ¿Qué puede hacer ahora? En la última escena de la película vemos al protagonista arreglárselas para contrarrestar la maniobra de su amada. Hay que ver hasta qué punto está dispuesto a llegar. El punto de Lacan es que, si la satisfacción de la pasión sexual involucra la suspensión de incluso los más elementales intereses, podríamos decir, egoístas, al servicio del amor al prójimo, si esta satisfacción se localiza claramente más allá del principio de placer, entonces, a pesar de todas las apariencias de lo contrario, nosotros estamos tratando con un acto ético.

“La relación dialéctica del deseo y de la Ley hace que nuestro deseo sólo arda en una relación con la Ley, por la cual deviene deseo de muerte. Solamente debido a la Ley, el pecado, hamartía, que quiere decir en griego falta y no participación en la Cosa, adquiere un carácter desmesurado, hiperbólico. El descubrimiento freudiano, la ética psicoanalítica, nos dejan suspendidos de esta dialéctica? Tenemos que explorar lo que con el correr del tiempo el ser humano fue capaz de elaborar que transgrede esa Ley, la coloca en una relación con el deseo que franquea ese lazo de interdicción e introduce por encima de la moral, una erótica”[8]

Lacan en este momento nos da una brújula muy valiosa para nuestra practica al pasar del ideal del deber ser de la ética kantiana al primado de lo real, fundando otra Ética del sujeto, diferente de la superyoica.

[1] 1. Miller, J.-A., en Los seis paradigmas del goce, en El lenguaje aparato de goce, Colección Diva, Bs. As., 2000, p. 152 [2] Lacan, J., La Ética del Psicoanálisis, El Seminario Libro III, Paidós, Bs. As., 2009, p. 30 [3] Kant, I., Critica de la razón práctica, Gredos, Barcelona, 2014, p. 115 [4] Lacan, J., La Ética del Psicoanálisis, El Seminario Libro III, Paidós, Bs. As., 2009, p. 99 [5] Lacan, J., La Ética del Psicoanálisis, El Seminario Libro III, Paidós, Bs. As., 2009, p. 100 [6] Kant, I., Critica de la razón práctica, Gredos, Barcelona, 2014, p. 114 [7] Lacan, J., La Ética del Psicoanálisis, El Seminario Libro III, Paidós, Bs. As., 2009, p. 229 [8] Lacan, J., La Ética del Psicoanálisis, El Seminario Libro III, Paidós, Bs. As., 2009, p. 104

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