Jacques Alain Miller
Voy a romper el secreto y dar el título del próximo congreso de la AMP. Rompo este secreto
con la indulgencia de la Delegada general. Después del «Nombre del-Padre», el título será
«Los objetos a en la experiencia psicoanalítica». Del Uno (el Nombre-del-Padre) a los
otros (los objetos a). La consecuencia es buena. No es menos buena por el hecho de que
tome a la inversa la consecuencia que se dibuja al final del Seminario La Angustia y que
va de «a», en singular, a los «Nombres-del-Padre», en plural.
Padre freudiano, padre lacaniano
Las páginas finales del seminario La angustia resuenan a un homenaje a un padre muy
Singular, un elogio del padre muy singular. El nombre del padre decora ahí una función
que parecería más bien la del analista. Hay que leerlo para creerlo. El padre —cito a
Lacan en las últimas páginas de su Seminario X— es aquel «sujeto que ha ido lo bastante
lejos en la realización de su deseo como para reintegrarlo a su causa», para reintegrarlo
«a lo que hay de irreducible en la función de a». Esta frase es suficiente para hacer ver que el
padre lacaniano no es de ningún modo el padre freudiano. El padre freudiano es
aquel que sube a escena en Tótem y Tabú y que, en esa escena, aplasta el deseo de cada
hijo de vecino, domina ese deseo, lo aniquila. Es realmente un mito, mientras que el
padre lacaniano se pretende mucho más cerca de la experiencia. El padre lacaniano es
aquél que lleva a cabo la nominalización, la humanización del deseo en las vías trazadas
por la ley y ello supone, en efecto, que haya cesado de desconocer la función que el
objeto a cumple en su deseo. ¿Es descabellado decirlo? El padre que aparece al final de
La angustia es el que hoy llamamos el Analista de la Escuela. Nada indica que Lacan no
haya concebido el Analista de la Escuela como un Padre de la Escuela, en el sentido en
que hay Padres de la Iglesia. Es un homenaje en el lugar en que nos encontramos, en
Roma. No hay que tomar todo al pie de la letra pero, en fin, el «sujeto que ha llegado lo
suficientemente lejos en la realización de su deseo como para reintegrarlo en su causa»,
no veo definición mejor de lo que esperamos de los Analistas de la Escuela, que nosotros
nombramos.
El Nombre-del-Padre fue inicialmente encontrado y tomado por Lacan a nivel antropológico
bajo el estandarte de Lévi-Strauss, como siendo el soporte de la función simbólica que,
después del lindero de los tiempos históricos, identifica su persona a la
figura de la Ley. Nos hemos quedado con esto, pero veamos qué es lo que esto implica
en cortocircuito cuando uno se da cuenta de que la Ley y el deseo son solidarios. El
padre de la Ley es necesariamente también el padre del deseo, y la Ley de la que se trata
es aquella que resulta ser la condición misma de la prosperidad del deseo. Ciertamente,
evocando estas frases de Lacan que leemos hoy, estamos bien lejos de la renovación de
la función paterna que continúa en cartel en nuestras sociedades desde hace algunos
años.
El formalismo lacaniano
¿Quién no sabe que el Nombre-del-Padre fue insertado por Lacan en una fórmula
Lingüística de su cosecha, la de la metáfora? Esta inscripción vale, como tal, como
formalización. Ciertamente, esta formalización está todavía, si se quiere, en auge, pero
invita ya a la discusión del lugar y del elemento. En primer lugar, el lugar denota la
función; en segundo lugar, el elemento es substituible, en el mismo lugar, por otro
elemento. Y se podría decir que se encuentra ya ahí en potencia la inscripción del
Nombre-del-Padre como función del sinthome. Entonces, el Nombre-del-Padre, si lo
hemos podido poner de moda, con los pequeños guiones que hacen de él un significante
«blocal», es porque ya es una función formalizada.
Es aquí que hay que darse cuenta que en el seminario La angustia, en la cuarta parte
del cual se despliegan las cinco formas primordiales del objeto a, encontramos una teoría
del formalismo que está bien hecha para hacer vacilar la noción común. El formalismo,
dice Lacan, no sería para nosotros absolutamente nada sin esta parte de nuestra carne
que queda necesariamente tomada en la máquina formal. Este pedazo, si se quiere,
circula en el formalismo lógico. Es una parte de sí mismo que está tomada y que se
encuentra para siempre irrecuperable.
Esta parte, a la que llamamos a, pone en cuestión el conjunto del formalismo como tal.
Ella dibuja un límite interior irreducible a los poderes del formalismo. Digamos, en
nuestro lenguaje, que esta parte —a— se inscribe en el formalismo, en la lógica, en tanto
que éxtima, es decir, que a vale como lo informalizable de la estructura.
Este límite, que él había puesto, que había hecho ver, Lacan, sin embargo, lo
franqueó. Y se puede decir que los diez seminarios que seguirán, del Seminario XI
al Seminario XX, están consagrados a la edificación de una lógica propia del objeto a.
¡Cambio radical!
Y, pensaba yo, que podría comprometerme mostrando que Lacan perdió su ruta
después del Seminario X, que este seminario había situado un borne a los poderes de la
formalización que fue enseguida atravesado de manera imprudente. Pero no lo diré
porque no es lo que pienso.
Hay ya en el seminario La angustia las coordenadas de una formalización posible del
objeto a, y ello no es sino por el entrecruzamiento de los círculos de Euler que sirve aquí
para distinguir las cinco formas del objeto a y del que Lacan dará en el Seminario XI,
con la construcción de la alienación y la separación, la forma propiamente lógica a lo que
se teje ya en el Seminario X.
Sin embargo, hasta el Seminario X y especialmente en éste, el objeto a, en sus cinco
formas, goza de un brillo particular precisamente porque no se engrana todavía sobre la
maquinaria lógica; al contrario, representa la parte irreducible a este formalismo.
Ustedes saben que el objeto a será tomado en los Seminarios XVI y XVII en un juego
permutable de los discursos, donde desaparece toda heterogeneidad de a, y ello se paga
en la enseñanza de Lacan con una vacilación, una negación, que consiste en encontrar, en
definitiva, en el Seminario XX, Aun, que a es una función demasiado apagada,
demasiado limitada, demasiado significante, demasiado débil, para designar lo que hay de
goce. Me encontré que tuve que dar un curso sobre este capítulo del Seminario XX, en el
que se lee con todas las letras que el objeto a es insuficiente para dar cuenta del goce y
que viene así a inscribirse, en el medio de un triángulo, una protuberancia informe sobre
la que hay escrito únicamente «goce». Y los seminarios que seguirán a este Seminario
XX dejarán de recurrir al formalismo pacientemente construido durante los veinte años
precedentes. Quedan partes, piezas dispersas, pero como si Lacan renunciara después de
su Seminario XX a una perspectiva que había dibujado en el Seminario X.
La lógica encarnada de los objetos a
Entonces, para nuestro próximo Congreso, estaremos en medio de esta biblioteca, ya
que es en Lacan que vamos a buscar cómo hacer con los símbolos que nos dejó.
Y, bien, propongo que para este congreso nos dejemos guiar, más bien, por el Seminario
de La angustia, y, en particular, por su cuarta parte, «Las cinco formas del
objeto a».
Ahí, cada una de estas formas está destacada separadamente, destacada en el cuerpo.
Cada una de estas formas del objeto a está destacada como un pedazo del cuerpo. El a
no aparece como el producto de una estructura articulada, sino como el producto de un
cuerpo troceado. Sin duda estos objetos responden a una estructura común, estructura de
borde, estructura de esqueje, pero, en el seminario La angustia, estas estructuras son
enraizadas en el cuerpo.
Se puede ir más lejos todavía hasta marcar que el cuerpo está recortado por la
estructura lingüística, se pueden destacar los isomorfismos entre el cuerpo y la estructura,
pero es en el seminario La angustia donde vemos los objetos a capturados por Lacan
directamente sobre el cuerpo. Con lo cual, si tenemos que hablar de los objetos a en la
experiencia analítica, probemos de dar cuenta de la presencia del cuerpo en el discurso
analizante.
Esto no es menos lógico, sino una lógica encarnada.
El Seminario XI, al que he hecho alusión, propone una formalización de los objetos a
y una repartición que sitúa, de un lado, las funciones simbólicas de la identificación y de
la represión (es lo que he reconocido en el término de alienación), y, del otro, responde la
inscripción en intersección del objeto a. A partir de ahí, en esta construcción de la
alienación y la separación, que es como el resumen de los resultados del seminario La
angustia y de sus pequeños círculos de Euler, empieza la historia de la logificación del
objeto a.
Los cinco objetos a naturales
En el seminario La angustia, si nos mantenemos antes de llegar a este límite, la lista de
los cinco objetos está hecha con los tres objetos freudianos —el objeto oral, el objeto
anal, el objeto fálico— y con los dos objetos lacanianos —el objeto escópico y el objeto
vocal—, y estos cinco son en conjunto lo que Lacan llama los objetos a «naturales».
Lacan ha hecho vacilar suficientemente nuestra comprensión de la naturaleza como para
que se tenga que precisar lo que debe entenderse aquí, sin perder el beneficio de esta
palabra, «natural». Hay que entender con esto que provienen de un cuerpo fragmentado,
del que son los objetos caídos. Entonces, no voy a rehacer la lista de estos cinco objetos
a poniendo mi grano de sal, me contentaré con señalar aquí algunos movimientos de la
elaboración de Lacan, ya que es a menudo en estos intersticios que llegamos a obtener
algo nuevo.
Por ejemplo, el objeto oral. En el seminario La angustia, la separación está hecha por
Lacan entre el pezón, la punta del seno, y el seno como alimenticio. Él ve ahí dos puntos
originales: engancharse al pezón, el punto del deseo erótico y, engancharse al seno
alimenticio —soy yo que añado «alimenticio», pero, en fin, esto va de suyo—, el punto
de angustia que surge de la satisfacción del alimento esperado del seno. Y, entonces, está
aquí la falta de la satisfacción que hace distinguir el punto en que la angustia puede surgir
del lugar en que es el deseo el que se encuentra atrapado. Encontrarán ustedes esto en su
lugar en el seminario La angustia, pero en la versión escrita que Lacan da de este pasaje
en su texto «Posición del inconsciente» no se vuelve a encontrar presente el pecho, y es
el seno como tal que aparece como este pedazo de cuerpo retirado al niño en el momento
del destete y en la perspectiva de la castración. Estas dos versiones no se recubren
exactamente y, por otra parte, puedo además precisar que para lo que es la lista de los
objetos a, el pecho en tanto que diferente del seno continúa figurando en el texto
anterior, «Subversión del sujeto y dialéctica del deseo».
En lo que respecta al objeto anal, recordaré solamente que Lacan privilegia su
abordaje en la perspectiva del ideal, es decir de la sublimación. Para el objeto fálico, está
tan insertado en el cuerpo que Lacan presenta en La angustia una fisiología del pene y
orienta su construcción a partir de la naturaleza evanescente de la erección.
Los otros dos objetos aportados por Lacan están situados en la dialéctica del deseo y
no en el nivel de la demanda, y estando, en cierta manera, en relación directa con la
división del sujeto, como haciendo cuerpo con esta división, como presentificando, en el
campo de la percepción, la parte libidinal que estaba ahí eludida. Es preciso notar aquí un
pequeño lenguaje entre ojo y mirada: es la función del ojo la que está privilegiada en La
angustia, mientras que en el Seminario XI es más bien el objeto mirada el que está
separado como objeto inmanente de la pulsión escópica. Esto conlleva en Lacan una
crítica al estadio del espejo, teniendo en cuenta que tanto el valor de la mirada como el
de la voz está recubierto por la relación especular. Y si Lacan ha vuelto tan a menudo,
con una especie de predilección, sobre lo escópico, es precisamente porque ve ahí, si
puedo decirlo, la relación más ilusoria del sujeto en cuanto al objeto a, que se
encuentra como desaparecido, eclipsado en la visión, y de tal manera que el
sujeto desconoce más que nunca lo que pierde en lo que cree ser contemplación.
Entonces, Lacan, de seminario en seminario, ha ido acorralando este objeto escópico,
inmanente a la pulsión, resultando ser este objeto justamente, en el campo más abierto de
la visión, su parte escondida. Encontramos en Lacan también una crítica precisa de la
posición especular, la posición en la que me reconozco yo en el espejo y en la que me
reconozco en un otro como compartiendo las cualidades de ser semejantes. Este
reconocimiento que compartimos de nuestra cualidad de ser semejantes tiene como
consecuencia lógica el desconocimiento del a, del «no sé qué objeto soy para el Otro».
Les llevo de nuevo a este punto, precisamente al último capítulo de La angustia.
Y está también el objeto vocal, del que Lacan indica que el ejemplo mayor, la guía
para la exploración, está dado por la voz psicótica, precisamente por la voz inaudible.
Aquí tienen los cinco objetos a, digamos, de la naturaleza. Está aquí uno de los
registros de los objetos a.
Objetos de la cultura, objetos de la sublimación
El segundo registro está hecho de los equivalentes de los primeros en la cultura. Al
lado de los objetos naturales del cuerpo fragmentado, cada uno da lugar a una fabricación
de objetos cesibles que se hace a partir de los objetos naturales.
Y es de este modo que reproducimos las imágenes, las almacenamos; de la misma
manera vehiculizamos la voz, la grabamos; y sobre el ojo y sobre la voz, hoy, grandes
industrias se edifican.
El anal es lo cesible por excelencia y se puede decir que todo lo que está aquí
almacenado, depositado, tomado en masa, vira hacia el objeto anal.
En cuanto al objeto oral, sabemos suficientemente el trastorno de la relación del sujeto
al objeto oral inducido por los hábitos alimenticios de la modernidad contemporánea.
Y, finalmente, se puede añadir ahora, concerniendo al objeto fálico, el complemento
que solicitaba esta lista: toda una industria farmacéutica se ha edificado desde este
momento a partir de los fenómenos de detumescencia que son para Lacan colocados en
el corazón de su elaboración del falo evanescente.
En el tercer registro, después de los objetos a naturales y los equivalentes de los
primeros en la cultura, haremos entrar a todos los objetos de la sublimación, todos
los objetos que puedan venir al lugar del objeto perdido como tal, es decir que puedan venir
al lugar de la Cosa. Aquí, hay que reconocer a Duchamp la genialidad de su ready-made,
que muestra lo que el arte debe a su reconocimiento en un contexto.
Aquí están los tres registros que me parecen distinguirse en el abordaje de los objetos
a.
El objeto-causa
¿Dónde está el objeto causa? Lo que Lacan llama «el objeto-causa» en su diferencia
con respecto al objeto-meta, el cual guarda su valor en el nivel del consciente, es lo que
para Freud se llama la zona erógena. El objeto-causa, al contrario del objeto-meta, está
por estructura escondido y desconocido.
Y hablaremos también del analista. Si el analista puede ser asimilado al objeto a, es en
tanto que objeto causa de un análisis y por ello el haber levantado el desconocimiento del
objeto a, es decir aquí el desconocimiento de su acto.
El objeto a como tal tiene la prioridad en el campo de la realización subjetiva y el
primero de los objetos a ceder, concerniente al acto, es lo que desde siempre, señala
Lacan, ha sido llamado en la teología moral las obras.
Pues bien, para volver al inicio de esta presentación, para el analista, sus analizantes,
incluso coronados con el título de Analistas de la Escuela, no son sus obras.
La obra, si hay una, el opus, el opus está más allá. Gracias.
(1)Texto publicado en La lettre mensuelle de l’École de la Cause Freudienne, n.o 252,
noviembre 2006, pp. 8-12. Se trata del discurso de clausura del Quinto Congreso de la
AMP, en Roma, julio 2006, donde Jacques-Alain Miller presentó el título del próximo
congreso de la AMP, en Buenos Aires 2008. Traducción de Iván Ruiz, en La Angustia.
Introduccion al Seminario X de Jacques Lacan. Ed Gredos
留言