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LOS OBJETOS a EN LA EXPERIENCIA PSICOANALÍTICA (2006)

Jacques Alain Miller




Voy a romper el secreto y dar el título del próximo congreso de la AMP. Rompo este secreto

con la indulgencia de la Delegada general. Después del «Nombre del-Padre», el título será

«Los objetos a en la experiencia psicoanalítica». Del Uno (el Nombre-del-Padre) a los

otros (los objetos a). La consecuencia es buena. No es menos buena por el hecho de que

tome a la inversa la consecuencia que se dibuja al final del Seminario La Angustia y que

va de «a», en singular, a los «Nombres-del-Padre», en plural.

Padre freudiano, padre lacaniano

Las páginas finales del seminario La angustia resuenan a un homenaje a un padre muy

Singular, un elogio del padre muy singular. El nombre del padre decora ahí una función

que parecería más bien la del analista. Hay que leerlo para creerlo. El padre —cito a

Lacan en las últimas páginas de su Seminario X— es aquel «sujeto que ha ido lo bastante

lejos en la realización de su deseo como para reintegrarlo a su causa», para reintegrarlo

«a lo que hay de irreducible en la función de a». Esta frase es suficiente para hacer ver que el

padre lacaniano no es de ningún modo el padre freudiano. El padre freudiano es

aquel que sube a escena en Tótem y Tabú y que, en esa escena, aplasta el deseo de cada

hijo de vecino, domina ese deseo, lo aniquila. Es realmente un mito, mientras que el

padre lacaniano se pretende mucho más cerca de la experiencia. El padre lacaniano es

aquél que lleva a cabo la nominalización, la humanización del deseo en las vías trazadas

por la ley y ello supone, en efecto, que haya cesado de desconocer la función que el

objeto a cumple en su deseo. ¿Es descabellado decirlo? El padre que aparece al final de

La angustia es el que hoy llamamos el Analista de la Escuela. Nada indica que Lacan no

haya concebido el Analista de la Escuela como un Padre de la Escuela, en el sentido en

que hay Padres de la Iglesia. Es un homenaje en el lugar en que nos encontramos, en

Roma. No hay que tomar todo al pie de la letra pero, en fin, el «sujeto que ha llegado lo

suficientemente lejos en la realización de su deseo como para reintegrarlo en su causa»,

no veo definición mejor de lo que esperamos de los Analistas de la Escuela, que nosotros

nombramos.

El Nombre-del-Padre fue inicialmente encontrado y tomado por Lacan a nivel antropológico

bajo el estandarte de Lévi-Strauss, como siendo el soporte de la función simbólica que,

después del lindero de los tiempos históricos, identifica su persona a la

figura de la Ley. Nos hemos quedado con esto, pero veamos qué es lo que esto implica

en cortocircuito cuando uno se da cuenta de que la Ley y el deseo son solidarios. El

padre de la Ley es necesariamente también el padre del deseo, y la Ley de la que se trata

es aquella que resulta ser la condición misma de la prosperidad del deseo. Ciertamente,

evocando estas frases de Lacan que leemos hoy, estamos bien lejos de la renovación de

la función paterna que continúa en cartel en nuestras sociedades desde hace algunos

años.

El formalismo lacaniano

¿Quién no sabe que el Nombre-del-Padre fue insertado por Lacan en una fórmula

Lingüística de su cosecha, la de la metáfora? Esta inscripción vale, como tal, como

formalización. Ciertamente, esta formalización está todavía, si se quiere, en auge, pero

invita ya a la discusión del lugar y del elemento. En primer lugar, el lugar denota la

función; en segundo lugar, el elemento es substituible, en el mismo lugar, por otro

elemento. Y se podría decir que se encuentra ya ahí en potencia la inscripción del

Nombre-del-Padre como función del sinthome. Entonces, el Nombre-del-Padre, si lo

hemos podido poner de moda, con los pequeños guiones que hacen de él un significante

«blocal», es porque ya es una función formalizada.

Es aquí que hay que darse cuenta que en el seminario La angustia, en la cuarta parte

del cual se despliegan las cinco formas primordiales del objeto a, encontramos una teoría

del formalismo que está bien hecha para hacer vacilar la noción común. El formalismo,

dice Lacan, no sería para nosotros absolutamente nada sin esta parte de nuestra carne

que queda necesariamente tomada en la máquina formal. Este pedazo, si se quiere,

circula en el formalismo lógico. Es una parte de sí mismo que está tomada y que se

encuentra para siempre irrecuperable.

Esta parte, a la que llamamos a, pone en cuestión el conjunto del formalismo como tal.

Ella dibuja un límite interior irreducible a los poderes del formalismo. Digamos, en

nuestro lenguaje, que esta parte —a— se inscribe en el formalismo, en la lógica, en tanto

que éxtima, es decir, que a vale como lo informalizable de la estructura.

Este límite, que él había puesto, que había hecho ver, Lacan, sin embargo, lo

franqueó. Y se puede decir que los diez seminarios que seguirán, del Seminario XI

al Seminario XX, están consagrados a la edificación de una lógica propia del objeto a.

¡Cambio radical!

Y, pensaba yo, que podría comprometerme mostrando que Lacan perdió su ruta

después del Seminario X, que este seminario había situado un borne a los poderes de la

formalización que fue enseguida atravesado de manera imprudente. Pero no lo diré

porque no es lo que pienso.

Hay ya en el seminario La angustia las coordenadas de una formalización posible del

objeto a, y ello no es sino por el entrecruzamiento de los círculos de Euler que sirve aquí

para distinguir las cinco formas del objeto a y del que Lacan dará en el Seminario XI,

con la construcción de la alienación y la separación, la forma propiamente lógica a lo que

se teje ya en el Seminario X.

Sin embargo, hasta el Seminario X y especialmente en éste, el objeto a, en sus cinco

formas, goza de un brillo particular precisamente porque no se engrana todavía sobre la

maquinaria lógica; al contrario, representa la parte irreducible a este formalismo.

Ustedes saben que el objeto a será tomado en los Seminarios XVI y XVII en un juego

permutable de los discursos, donde desaparece toda heterogeneidad de a, y ello se paga

en la enseñanza de Lacan con una vacilación, una negación, que consiste en encontrar, en

definitiva, en el Seminario XX, Aun, que a es una función demasiado apagada,

demasiado limitada, demasiado significante, demasiado débil, para designar lo que hay de

goce. Me encontré que tuve que dar un curso sobre este capítulo del Seminario XX, en el

que se lee con todas las letras que el objeto a es insuficiente para dar cuenta del goce y

que viene así a inscribirse, en el medio de un triángulo, una protuberancia informe sobre

la que hay escrito únicamente «goce». Y los seminarios que seguirán a este Seminario

XX dejarán de recurrir al formalismo pacientemente construido durante los veinte años

precedentes. Quedan partes, piezas dispersas, pero como si Lacan renunciara después de

su Seminario XX a una perspectiva que había dibujado en el Seminario X.

La lógica encarnada de los objetos a

Entonces, para nuestro próximo Congreso, estaremos en medio de esta biblioteca, ya

que es en Lacan que vamos a buscar cómo hacer con los símbolos que nos dejó.

Y, bien, propongo que para este congreso nos dejemos guiar, más bien, por el Seminario

de La angustia, y, en particular, por su cuarta parte, «Las cinco formas del

objeto a».

Ahí, cada una de estas formas está destacada separadamente, destacada en el cuerpo.

Cada una de estas formas del objeto a está destacada como un pedazo del cuerpo. El a

no aparece como el producto de una estructura articulada, sino como el producto de un

cuerpo troceado. Sin duda estos objetos responden a una estructura común, estructura de

borde, estructura de esqueje, pero, en el seminario La angustia, estas estructuras son

enraizadas en el cuerpo.

Se puede ir más lejos todavía hasta marcar que el cuerpo está recortado por la

estructura lingüística, se pueden destacar los isomorfismos entre el cuerpo y la estructura,

pero es en el seminario La angustia donde vemos los objetos a capturados por Lacan

directamente sobre el cuerpo. Con lo cual, si tenemos que hablar de los objetos a en la

experiencia analítica, probemos de dar cuenta de la presencia del cuerpo en el discurso

analizante.

Esto no es menos lógico, sino una lógica encarnada.

El Seminario XI, al que he hecho alusión, propone una formalización de los objetos a

y una repartición que sitúa, de un lado, las funciones simbólicas de la identificación y de

la represión (es lo que he reconocido en el término de alienación), y, del otro, responde la

inscripción en intersección del objeto a. A partir de ahí, en esta construcción de la

alienación y la separación, que es como el resumen de los resultados del seminario La

angustia y de sus pequeños círculos de Euler, empieza la historia de la logificación del

objeto a.

Los cinco objetos a naturales

En el seminario La angustia, si nos mantenemos antes de llegar a este límite, la lista de

los cinco objetos está hecha con los tres objetos freudianos —el objeto oral, el objeto

anal, el objeto fálico— y con los dos objetos lacanianos —el objeto escópico y el objeto

vocal—, y estos cinco son en conjunto lo que Lacan llama los objetos a «naturales».

Lacan ha hecho vacilar suficientemente nuestra comprensión de la naturaleza como para

que se tenga que precisar lo que debe entenderse aquí, sin perder el beneficio de esta

palabra, «natural». Hay que entender con esto que provienen de un cuerpo fragmentado,

del que son los objetos caídos. Entonces, no voy a rehacer la lista de estos cinco objetos

a poniendo mi grano de sal, me contentaré con señalar aquí algunos movimientos de la

elaboración de Lacan, ya que es a menudo en estos intersticios que llegamos a obtener

algo nuevo.

Por ejemplo, el objeto oral. En el seminario La angustia, la separación está hecha por

Lacan entre el pezón, la punta del seno, y el seno como alimenticio. Él ve ahí dos puntos

originales: engancharse al pezón, el punto del deseo erótico y, engancharse al seno

alimenticio —soy yo que añado «alimenticio», pero, en fin, esto va de suyo—, el punto

de angustia que surge de la satisfacción del alimento esperado del seno. Y, entonces, está

aquí la falta de la satisfacción que hace distinguir el punto en que la angustia puede surgir

del lugar en que es el deseo el que se encuentra atrapado. Encontrarán ustedes esto en su

lugar en el seminario La angustia, pero en la versión escrita que Lacan da de este pasaje

en su texto «Posición del inconsciente» no se vuelve a encontrar presente el pecho, y es

el seno como tal que aparece como este pedazo de cuerpo retirado al niño en el momento

del destete y en la perspectiva de la castración. Estas dos versiones no se recubren

exactamente y, por otra parte, puedo además precisar que para lo que es la lista de los

objetos a, el pecho en tanto que diferente del seno continúa figurando en el texto

anterior, «Subversión del sujeto y dialéctica del deseo».

En lo que respecta al objeto anal, recordaré solamente que Lacan privilegia su

abordaje en la perspectiva del ideal, es decir de la sublimación. Para el objeto fálico, está

tan insertado en el cuerpo que Lacan presenta en La angustia una fisiología del pene y

orienta su construcción a partir de la naturaleza evanescente de la erección.

Los otros dos objetos aportados por Lacan están situados en la dialéctica del deseo y

no en el nivel de la demanda, y estando, en cierta manera, en relación directa con la

división del sujeto, como haciendo cuerpo con esta división, como presentificando, en el

campo de la percepción, la parte libidinal que estaba ahí eludida. Es preciso notar aquí un

pequeño lenguaje entre ojo y mirada: es la función del ojo la que está privilegiada en La

angustia, mientras que en el Seminario XI es más bien el objeto mirada el que está

separado como objeto inmanente de la pulsión escópica. Esto conlleva en Lacan una

crítica al estadio del espejo, teniendo en cuenta que tanto el valor de la mirada como el

de la voz está recubierto por la relación especular. Y si Lacan ha vuelto tan a menudo,

con una especie de predilección, sobre lo escópico, es precisamente porque ve ahí, si

puedo decirlo, la relación más ilusoria del sujeto en cuanto al objeto a, que se

encuentra como desaparecido, eclipsado en la visión, y de tal manera que el

sujeto desconoce más que nunca lo que pierde en lo que cree ser contemplación.

Entonces, Lacan, de seminario en seminario, ha ido acorralando este objeto escópico,

inmanente a la pulsión, resultando ser este objeto justamente, en el campo más abierto de

la visión, su parte escondida. Encontramos en Lacan también una crítica precisa de la

posición especular, la posición en la que me reconozco yo en el espejo y en la que me

reconozco en un otro como compartiendo las cualidades de ser semejantes. Este

reconocimiento que compartimos de nuestra cualidad de ser semejantes tiene como

consecuencia lógica el desconocimiento del a, del «no sé qué objeto soy para el Otro».

Les llevo de nuevo a este punto, precisamente al último capítulo de La angustia.

Y está también el objeto vocal, del que Lacan indica que el ejemplo mayor, la guía

para la exploración, está dado por la voz psicótica, precisamente por la voz inaudible.

Aquí tienen los cinco objetos a, digamos, de la naturaleza. Está aquí uno de los

registros de los objetos a.

Objetos de la cultura, objetos de la sublimación

El segundo registro está hecho de los equivalentes de los primeros en la cultura. Al

lado de los objetos naturales del cuerpo fragmentado, cada uno da lugar a una fabricación

de objetos cesibles que se hace a partir de los objetos naturales.

Y es de este modo que reproducimos las imágenes, las almacenamos; de la misma

manera vehiculizamos la voz, la grabamos; y sobre el ojo y sobre la voz, hoy, grandes

industrias se edifican.

El anal es lo cesible por excelencia y se puede decir que todo lo que está aquí

almacenado, depositado, tomado en masa, vira hacia el objeto anal.

En cuanto al objeto oral, sabemos suficientemente el trastorno de la relación del sujeto

al objeto oral inducido por los hábitos alimenticios de la modernidad contemporánea.

Y, finalmente, se puede añadir ahora, concerniendo al objeto fálico, el complemento

que solicitaba esta lista: toda una industria farmacéutica se ha edificado desde este

momento a partir de los fenómenos de detumescencia que son para Lacan colocados en

el corazón de su elaboración del falo evanescente.

En el tercer registro, después de los objetos a naturales y los equivalentes de los

primeros en la cultura, haremos entrar a todos los objetos de la sublimación, todos

los objetos que puedan venir al lugar del objeto perdido como tal, es decir que puedan venir

al lugar de la Cosa. Aquí, hay que reconocer a Duchamp la genialidad de su ready-made,

que muestra lo que el arte debe a su reconocimiento en un contexto.

Aquí están los tres registros que me parecen distinguirse en el abordaje de los objetos

a.

El objeto-causa

¿Dónde está el objeto causa? Lo que Lacan llama «el objeto-causa» en su diferencia

con respecto al objeto-meta, el cual guarda su valor en el nivel del consciente, es lo que

para Freud se llama la zona erógena. El objeto-causa, al contrario del objeto-meta, está

por estructura escondido y desconocido.

Y hablaremos también del analista. Si el analista puede ser asimilado al objeto a, es en

tanto que objeto causa de un análisis y por ello el haber levantado el desconocimiento del

objeto a, es decir aquí el desconocimiento de su acto.

El objeto a como tal tiene la prioridad en el campo de la realización subjetiva y el

primero de los objetos a ceder, concerniente al acto, es lo que desde siempre, señala

Lacan, ha sido llamado en la teología moral las obras.

Pues bien, para volver al inicio de esta presentación, para el analista, sus analizantes,

incluso coronados con el título de Analistas de la Escuela, no son sus obras.

La obra, si hay una, el opus, el opus está más allá. Gracias.

(1)Texto publicado en La lettre mensuelle de l’École de la Cause Freudienne, n.o 252,

noviembre 2006, pp. 8-12. Se trata del discurso de clausura del Quinto Congreso de la

AMP, en Roma, julio 2006, donde Jacques-Alain Miller presentó el título del próximo

congreso de la AMP, en Buenos Aires 2008. Traducción de Iván Ruiz, en La Angustia.

Introduccion al Seminario X de Jacques Lacan. Ed Gredos

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